El enemigo actúa como un primate, prepara el terreno del enfrentamiento exhibiendo señales que pretenden diferenciarse de uno.
Comienza por distinguirse con alguna forma irracional, suele manifestarse delante de los extraños, se aloja en alguna zona geográfica que presenta una cara irreconocible, todas en preparación.
Es el enemigo mayor, el más cruel, el que habita adentro, convive conmigo, se muestra con mi furia porque va a asociarse a ella, se prepara con su mejores y más destructivas armas.
El peor y verdadero enemigo está dentro de uno, trastorna nuestras palabras, nuestras ideas y nos toma como se toma una casa, haciéndose de sus rincones, creando la decoración, te coloniza, hasta que puede suplantarte.
El enemigo que mora adentro se muestra como un verdugo, anónimo y ajeno, que administra la furia que adquiriste con excusas.
Hoy ha usurpado mi lugar en el desayuno, luego en el auto, más tarde en la ciudad y como si todo fuera casual, ha comprado con mi dinero, ese anillo que ahora luce ella, con un brillo que salta desde sus ojos a la piedra y viceversa; sin que yo haya podido decir ni una sola palabra para detener al astuto que me ha suplantado en este día de San Valentín.
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